La tranquila «gamba» gigante del Cámbrico

Hace 520 millones de años, se produjo la llamada Explosión Cámbrica, un fecundo período en la historia de la Tierra durante el cual surgieron repentinamente todos los géneros de seres vivos que conocemos en la actualidad.
Una de estas criaturas era el Tamisiocaris borealis, una especie de extraña «gamba» gigante que pertenece a un grupo de animales llamados anomalocarídidos, un tipo de artrópodo temprano que incluye a algunos de los seres más grandes y emblemáticos del Cámbrico.
Hasta ahora, la fama del Tamisiocaris era la de un eficaz depredador. Tenía grandes apéndices delante de la boca de unos 12 cm de longitud (el tamaño total del cuerpo no se conoce) que los investigadores creían que utilizaba para capturar las presas más grandes, como los trilobites (una clase extinta de artrópodos muy conocida por los paleontólogos).
Sin embargo, fósiles recién descubiertos en el norte de Groenlandia muestran que, en realidad, se trataba de filtradores de material en suspensión, igual que las ballenas modernas, técnica que lograban transformando sus apéndices prensiles en un aparato de filtración que podía ser arrastrado como una red a través del agua, atrapando pequeños crustáceos y otros organismos tan pequeños como la mitad de un milímetro.
Una amplia gama de depredadores marinos, como tiburones, rayas y ballenas han mostrado esa misma tendencia, pasando a alimentarse de materia en suspensión, y esa estrategia ha evolucionado independientemente varias veces en la historia de nuestro planeta.
Los nuevos fósiles demuestran que esta transición se produjo por primera vez muy temprano en la historia evolutiva de los organismos multicelulares.
«Estos artrópodos primitivos eran, ecológicamente hablando, los tiburones y las ballenas de la era cámbrica. Y tanto en tiburones como en ballenas, algunas especies han evolucionado en comedores de materia en suspensión y se han convertido en animales gigantes, de movimientos lentos, que a su vez se alimentan de los animales más pequeños en el agua», explica Jakob Vinther, de la Universidad de Bristol.
