Brasil vive la llegada del Papa Francisco como una visita histórica
El Papa Francisco, apellidado un “extraño rebelde”, llega esta tarde a Río de Janeiro, la ciudad menos religiosa dentro del país más católico del mundo y nadie, como ha confiado la presidenta Dilma Rousseff a sus ministros, “es capaz de adivinar lo que él dirá” al millón de jóvenes de 60 países que lo esperan para una fiesta de alegría religiosa.
Durante esta visita, la ciudad de Río volverá a ser escenario toda la semana de nuevas manifestaciones de protesta social y política y las autoridades han duplicado el número de agentes previstos.
Río estará blindada desde las tres de la tarde de este lunes, con sus principales arterias de la ciudad cerradas al tráfico y ocupada por 20,000 agentes policiales y militares. Se empieza a hablar de que la llegada de Francisco a Brasil podría ser vista como la primera visita de Wojtyla a Polonia en pleno comunismo.
Ya existe un consenso entre las clases pensantes que la llegada del primer papa de las Américas a este continente es más que un viaje de un papa fuera de Italia. Ha llegado a ser considerado por Caio Blinder, en la laica revista Veja, “con potencial para cambiar la historia”.
Más aún, empieza a ser visto este viaje a Brasil y desde él a América Latina y más allá, con el simbolismo del primer viaje del entonces Juan Pablo II, el primer papa polaco, a su tierra en 1979 cuando el comunismo empezaba a dar señales de desmoronamiento.
En aquel momento, el comunismo dominaba los miedos de medio mundo y la sociedad internacional tenía puestos los ojos en el primer papa no italiano, llegado de una tierra que estaba sufriendo las garras de la invasión comunista.
En aquella misa histórica en Varsovia, los católicos habían levantado una cruz de 25 metros y el papa Wojtyla lanzó su primer desafío al comunismo ateo: “Nadie tiene el derecho de excluir a Cristo de la historia”, gritó y fue aplaudido durante 16 minutos cronometrados.
Las autoridades brasileñas están perplejas y curiosas por saber lo que Francisco dirá a los miles de peregrinos llegados de toda América Latina y, en general, a la opinión pública mundial.
Porque Francisco es visto hoy, en la gran orfandad de líderes que sufre el planeta, como un nuevo héroe que exigió recorrer las calles de Río a pecho descubierto.
Habrá que esperar que acabe la semana para poder analizar el peso de sus discursos y las reacciones mundiales a los mismos.
Lo que ya empiezan a especular los que mayor intimidad han tenido estos años pasados con el pensamiento y el comportamiento personal de Bergoglio, hoy Francisco para el mundo, es que si Wojtyla gritó en Varsovia, en pleno comunismo, que nadie tiene el derecho de excluir a “Cristo” de la historia, ahora, en Brasil, en un momento en el que el enemigo del mundo es no el comunismo ni el socialismo, sino el liberalismo y capitalismo asesinos, Francisco podría gritar que nadie tiene el derecho de dejar en la cuneta a los “excluidos de la historia”.
Obispos y cardenales brasileños confirman hoy a la prensa brasileña que el papa Francisco hablará de las manifestaciones de protesta callejeras de los jóvenes brasileños, “contra las mentiras, disfraces e hipocresías del poder” que hacen que los jóvenes “pierdan la confianza en la justicia social”, en palabras del entonces arzobispo Bergoglio.
Las autoridades de Brasil están preocupadas por el espaldarazo que Francisco pueda dar aquí a los “jóvenes rebeldes” que exigen una sociedad menos desigual y políticos menos corruptos, hasta el punto que la misma Rousseff presentará al papa un plan a favor de una lucha mayor contra la pobreza en África, al mismo tiempo que le pondrá en relieve los avances sociales que los gobiernos de Lula primero y ahora el suyo han hecho para acabar con la pobreza en este país.
La prensa de hoy, como ha hecho Ricardo Noblat en el diario O Globo, que ha dedicado su columna íntegramente a reproducir palabras del papa bajo el título “Habla, Francisco”, subraya el hecho de que el primer papa latinoamericano desea desenmascarar no tanto los pecados contra la fe, sino contra los que mantienen a la mitad del mundo bajo las garras de un neoliberalismo visto como el nuevo enemigo de la sociedad.
“La crisis socioeconómica y consecuentemente el aumento de la pobreza tiene sus orígenes en políticas inspiradas por formas de neoliberalismo que consideran el lucro y las leyes del mercado como parámetros absolutos por encima de la dignidad de las personas o de los pueblos (…)
En la predominante cultura neoliberal, lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial ocupan el primer lugar y lo real cede el terreno a las apariencias”.
Son una de las tantas citas de Francisco que resuenan en la prensa antes aún de que llegue a Río, donde en las playas “del pecado” de Copacabana se están quitando todos los símbolos sexuales.
El papa va a convertir esas playas en un gigantesco Via Crucis con un millón de jóvenes a los que les presentará lo que él llama las “nuevas llagas del cuerpo de Cristo”, que son las llagas de todos los que sufren las consecuencias de la falta de libertad y de justicia social de una sociedad de la que según Francisco “está acostumbrada a que ciertas personas sean vistas como objetos de desecho”.
Francisco es un papa “humilde” destacan algunos intelectuales brasileños, pero es al mismo tiempo un papa enormemente “sutil”.
Y es esa sutileza en analizar los males de nuestra sociedad, lo que preocupa a unos y da esperanza a otros.