Pulso, un drama bien hecho con nueva perspectiva del VIH

La premier de la película Pulso fue particularmente emotiva. Muy emotiva: “Esto es para ti, papi, donde quiera que estés” dijo con voz entrecortada Giancarlo Beras-Goico bordeando como pudo sus impulsos notables para llorar.

Pulso es un proyecto apoyado en la fuerza de su mensaje, hilvanado con cuidado y esmero técnico para entregar una fotografía cuidadísima de Jarabacoa sobre todo en sus tomas de contra picado en los ambientes ribereños y montañosos y un marco de actuaciones, buenas notables en general, pero con la persistencia en pantalla de algunos toques sobreactuados de Rodríguez, que debieron quedar en la sala de edición.

Esta cinta es, expresión del relevo generacional dentro del cine criollo y que, ya hace cinco había producido Rodríguez Jaque Mate (2012), para quien era entonces solo una joven promesa, Jose María Cabral, sentado anoche en primera fila para verla. Cuando concluye la película la sensación que queda en el espectador de haber vivido un drama realizado con respeto y corrección.

Actoralmente, Pulso ofrece oportunidad para conocer y disfrutar de figuras actuantes nuevas: la venezolana Ana Carmen León y Francisco Vásquez, Nansie Santelises, Ileana Bencosme e Iván Oleaga, que conforman el cuadro principal de las actuaciones. Pulso es una obra es un notable aporte a la sensibilidad y educación en salud sobre las personas portadoras de virus de VIH, su tratamiento y la diferencia con tener SIDA, realizada con una notable profesionalidad en sus elementos técnicos: la fotografía de Jaime Gómez es uno de sus valores, el universo sonoro de Sonoro Post y la dirección de arte de Carmen Rodríguez. Imposible dejar de resaltar el talento de Pamel Mancebo, compositor e intérprete del tema principal, Loca.

Es una producción que debe ser vista y promovida tanto por su calidad como filme como por su mensaje educativo y familiar y su apoyo de valores de la pareja, así como el disfrute de una nueva mirada de los dominicanos a nosotros mismos, nuestros prejuicios, nuestra inclinación por lo prohibido y, sobre todo, a nuestra opción de rectificar los malos pasos dados, independientemente de las consecuencias “irreparables” que se les quiera atribuir.